Álvaro Peralta Sáinz 25 de junio de 2018
El chef más famoso de Venezuela, conocido
en Latinoamérica por sus programas en el canal El Gourmet, vive hoy en
Santiago. Ya ambientado en la ciudad, cuenta de su exitoso pasado en su país y
cómo la crisis de allá lo trajo hasta acá, como a miles de sus compatriotas que
conforman la inmigración que crece más veloz en Chile. “Venezuela en estos
momentos es invivible”, dice.
Es una
típica mañana soleada post lluvias y estamos en los jardines de la sede de
Inacap de Apoquindo, desde donde se puede ver la cordillera nevada. Hace frío,
pero aún así Sumito Estévez (52) disfruta el momento. “Para ustedes es lo más
normal del mundo ver la cordillera nevada, para mí no”, asegura. Y agrega otra
observación tras sus primeros meses en Santiago: “El paso de las estaciones, el
cambio de colores en la vegetación, es algo que nunca en mi vida había visto y
que aquí es maravilloso”.
Estévez
actualmente vive en el Barrio Italia junto a su mujer y se mueve por la ciudad
en metro y bicicleta. Antes, en Venezuela, tuvo una larga carrera como cocinero
que partió apenas terminó la carrera de Licenciatura en Física -igual que su
padre, el físico y académico Raúl Estévez- y que lo llevó a pasar por
restaurantes de primer nivel en la Caracas de esos años, como Seasons, Deuxieme
Etage y Vinoteca Delfino. Más tarde vendrían proyectos personales como Sumito
Restaurante y La Cuadra Gastronomía; además de asesorías a restaurantes en
Estados Unidos y la isla de Granada. En esa época, lo que Sumito y los
cocineros de elite venezolanos hacían era alta cocina francesa, italiana o -más
tarde- de influencia asiática; en una Venezuela que no tenía problemas de
recursos para importar chefs, implementos y productos del extranjero. Sin
embargo, tras su exitosa incursión en televisión, Estévez comenzó a mirar más
hacia la despensa y tradiciones de su país: junto a otros cocineros de su
generación se les consideró los padres de la Nueva Cocina Venezolana, centrada
en lo propio y poniendo en valor preparaciones tan populares como las
tradicionales arepas o hallacas. Por esos días, Sumito viajaba de Venezuela a
diversos puntos del planeta grabando programas para el canal El Gourmet y dictando
charlas. Una vida que le requería tener hasta mánager. Tan distinto a sus días
ahora en Santiago.
-¿Es
cierto que venías sólo por unos meses y terminaste instalado en Santiago de
manera definitiva?
-Sí.
Tengo un hijo que vive en Buenos Aires y mi hermana vive en Chile hace muchos
años, por eso siempre he venido en invierno para juntarnos todos en Santiago. Y
en junio del año pasado lo hice. En esa ocasión, Tomás Olivera me puso en
contacto con Inacap para hacer unas charlas en Santiago y regiones. Y en todo
esto conocí a Mariela Frindt, directora del Centro de Innovación Gastronómica.
Le conté que estaba un poco aburrido de la situación que se estaba viviendo en
Venezuela y que tenía ganas de salir por unos meses para despejarme un rato.
Entonces ella me invitó a venirme para participar de un proyecto de
investigación en Inacap.
-Pero
era algo corto.
-Sí,
me vine a Chile para estar octubre, noviembre y diciembre en un proyecto
específico.
-¿Y
qué pasó?
-Bueno,
a raíz de ese mismo proyecto en el Centro de Innovación Gastronómica me
preguntaron si me interesaba quedarme como subdirector, que es el puesto que
tengo ahora. Y es tan bonito el proyecto, tiene tantas perspectivas a futuro,
que tras una muy breve discusión familiar y aprovechando que mis tres hijos ya
están grandes y viven fuera de Venezuela, desde enero estoy viviendo en Chile
con mi esposa, Silvia.
La
vida en Venezuela
-¿En
qué estabas en Venezuela antes de venirte?
-En
algo que mantengo hasta ahora. Tengo un restaurante que se llama el Langar de
Sumito, una escuela de cocina y una fundación que se llama Fogones y Banderas.
Funciona todo en un mismo complejo en Isla Margarita, que construimos hace
varios años. Mis últimos ocho años antes de venir a Chile los viví en
Margarita… pero el país ya está muy rudo para poder vivirlo.
-¿Incluso
Isla Margarita?
-Más
todavía, porque Margarita está más lejos de los centros de distribución de
alimentos y ya no hay importaciones. Porque aunque la isla era puerto libre, la
concesión de puerto libre desapareció cuando se acabó el acceso a divisa
extranjera. Entonces, por ejemplo, el proceso de transporte de verduras desde
los centros de siembra y de carne desde los centros de producción, que están en
el otro extremo del país, se va encareciendo y complicando a medida que los
camiones van avanzando en dirección a Margarita, porque en cada alcabala están
los militares pidiendo dinero. Es un proceso muy corrupto que hace que los
productos lleguen carísimos a la isla.
-La
crisis en Venezuela ya es de larga data, ¿pero qué pasó en este último tiempo
para que decidieras salir de tu país?
-Venezuela
era un país muy complicado hace ya diez años. Pero uno había aprendido a
adaptarse y a convivir con períodos altos de crisis. Y aunque los períodos de
escasez y falta de dinero tienen ya años, Nicolás Maduro los hizo invivibles.
Realmente el país en estos momentos es invivible, y a mí me da mucho dolor
decirlo así. Por eso ahora tenemos un éxodo en Venezuela, porque estamos
hablando de un país del que antes nunca emigró nadie y que ahora se han ido
cuatro millones de personas, algo así como el doce por ciento de la población
del país.
-Contrasta
con la historia de Venezuela, donde siempre llegó mucha gente.
-Claro,
imagínate que en 1980 nosotros teníamos 127.000 chilenos viviendo en Venezuela.
Es decir, que el uno por ciento de la población chilena de ese momento estaba
en Venezuela. Muchos de mis profesores en la universidad eran chilenos.
-Hay
un antiguo crítico gastronómico chileno, César Fredes, que justamente se hizo
crítico en Venezuela durante su exilio y me ha comentado que la gastronomía era
muy alta en los ochenta, al menos en Caracas.
-Claro,
yo te diría que eso duró hasta incluso fines de los noventa, casi por inercia.
Y hablando de críticos gastronómicos, el más respetado e importante de
Venezuela se llama Miro Popic y es chileno. Pero lleva tantos años allá y es
tan conocido, que nadie recuerda que es chileno.
-¿Queda
algo de alta gastronomía en Venezuela hoy?, ¿funciona algo?
-No.
Se han ido casi todos los cocineros de mi generación y los dos restaurantes más
de referencia de la alta gastronomía de Venezuela que son el mío y el de Carlos
García (Alto), siguen funcionando pero ninguno de los dos estamos allá. Porque
las condiciones económicas irremediablemente afectan las manifestaciones
culturales, en cualquier parte del mundo. Y en este momento, en un país con
carestía e hiperinflación como Venezuela, es imposible tener alta gastronomía,
porque eso son factores primordiales para el negocio.
La
televisión
-¿Es
cierto que llegaste al canal El Gourmet por una página web que tenías?
-No es
exactamente así la historia. Hacia finales el 2002 y un poco por curiosidad
comencé a armarme una página web. Era un sitio muy barroco, porque yo subía
todas las clases que había tomado para armarlo y todas las dificultades que
estaba teniendo con esto. Y justo en ese momento El Gourmet buscaba cocineros
más allá de Argentina, porque necesitaba expandirse y se encontraron con mi
página y ahí partió nuestra relación.
-Que
fue larga.
-Quince
años…
-El
Gourmet entró a Venezuela contigo y tú te convertiste en uno de los rostros más
potentes del canal, te seguían en todos los países.
-Sí,
en esos años El Gourmet se sustentó con cinco cocineros fuertes y uno de esos
era yo, entonces nos hizo muy conocidos. Además, tuve la suerte de que al
parecer el acento venezolano era comprensible en toda Latinoamérica, porque a
pesar de tener dos señales el canal, una norte y una sur, yo era el único que
salía en las dos.
-Hiciste
muchos programas, incluso fuera de la cocina, con varios viajes.
-Sí,
yo creo que debo ser uno de los cocineros que más programas grabó para El
Gourmet.
-¿Ha
cambiado mucho tu cocina desde lo que te vimos en la televisión?
-Mucho.
El cambio más lindo es que aprendí a entender mi propia cultura gastronómica
venezolana. Cuando partí en televisión no sabía casi nada de cocina venezolana,
porque había cocinado para italianos, para franceses y estaba muy de moda la
cosa asiática (algo que Sumito explotó muy bien porque su madre es de origen
indio y él tenía esa influencia desde niño). Pero me empezaron a ver como un
venezolano que cocinaba en televisión y me invitaban a congresos para hablar
sobre comida venezolana. Entonces, entré en una gran contradicción, porque no
sabía mucho de mi cocina.
-Tuviste
que meterte en el tema.
-Claro.
Tuve que hacerme preguntas e investigar para conocer y entender realmente la
gastronomía venezolana.
Ahora
Chile
El
censo estimó que hoy en Chile viven 134.390 venezolanos. Son la cuarta colonia
extranjera en tamaño, pero la que ha crecido de manera más veloz: en los últimos
tres años ha aumentado un 1000%. Es una inmigración que, desde el comienzo, ha
contado con un alto número de profesionales, especialmente ingenieros, médicos,
contadores, abogados. Actualmente hay aquí 150 músicos clásicos que abandonaron
Venezuela. Sumito Estévez es probablemente la primera marca nacional venezolana
en instalarse en Santiago. Un inmigrante ilustre.
-Más
allá de que antes vinieras con cierta frecuencia a Chile, ¿cómo ha sido
radicarse definitivamente en Santiago?
-En un
principio fue muy traumático aceptar que me había ido de mi país y que cabe la
posibilidad de que nunca vuelva a Venezuela.
-¿Por
qué dices que crees que podrías no volver?
-Venezuela
llegó a un punto de inflexión y no retorno, por lo que me tengo que plantear a
mis cincuenta y dos años que quizás no pueda volver.
-¿Te
topas con muchos venezolanos en tu vida santiaguina?
-Menos
de lo que uno podría imaginarse, porque mi trabajo está muy asociado a Chile y
es básicamente con chilenos. Mi vida cotidiana es con chilenos. Entonces, mi
encuentro con venezolanos se limita a actividades que he hecho con la comunidad
venezolana en Chile o en alguna reunión social. Pero salvo mi esposa, yo me
puedo pasar fácilmente una semana sin toparme con un venezolano.
-¿Qué
actividades has desarrollado con la comunidad venezolana?
-He
hecho algunas cosas con la fundación Somos Huellas, que ayuda a venezolanos que
llegan a Chile en las peores condiciones. He dictado cursos de cocina y lo
recaudado ha sido utilizado para comprar parkas para que estas personas puedan
resistir el frío del invierno.
-Te
toca estar en Chile en un momento sensible para los inmigrantes y
particularmente para los venezolanos. Las reglas para entrar cambiaron.
-Sí,
en mi caso yo vine antes del cambio y tenía una oferta de trabajo. Además, mi
situación es privilegiada al lado de la de otros venezolanos que han tenido que
venir a Chile. Pero aunque no tenga tanto contacto con venezolanos acá, no hay
un día en que no esté afectado por lo que le pasa a la comunidad venezolana en
Chile. Por ejemplo, hoy me tocó ver en Instagram una feria de trabajos para
venezolanos. Se ofrecen solo trabajos menores y yo sé que los que van a tomar
esas ofertas son médicos e ingenieros. Eso es muy injusto.
-¿Que
ahora necesiten una visa especial para entrar a Chile te pareció injusto?
-¿Sabes?
Por lo que he visto, sobre todo en redes sociales, porque sigo a muchos
venezolanos que están en Chile, no me ha tocado ver molestia con esta medida,
les ha parecido una medida lógica. Eso me llamó la atención, porque les
afectaba. Pero si tú le preguntas a cualquier venezolano acá qué le parece esta
medida, te van a decir que es algo lógico. Mira, aunque haya que regularizar la
situación en Venezuela para venir a Chile, hay condiciones especiales acá para
los que lo hagan y eso se agradece. Hay un sentimiento de agradecimiento de los
venezolanos hacia Chile, incluyendo los que se quedaron en Venezuela.
-¿Por
qué crees que, a pesar de la lejanía, han llegado tantos venezolanos a Chile en
los últimos años?
-Creo
que esa lejanía ha filtrado, porque el grueso de los venezolanos que han venido
a Chile son parte de una inmigración profesional. Es costoso llegar a Chile y
también vivir acá, y hay invierno. Entonces, los que vienen acá se lo piensan y
planifican mejor. No es una cosa más impulsiva como la de los que cruzan a
Colombia. Pero a pesar de todo esto, en Chile hay facilidades para inmigrar.
-¿Cuál
es tu estatus de migrante en este momento?
-Tengo
una residencia temporal; y como tengo un contrato de trabajo, una vez que
complete diez cotizaciones de AFP puedo pedir la residencia definitiva.
-¿Hay
algo que no te agrade de Chile o los chilenos?
-Tengo
un sincero agradecimiento por cómo me han recibido. Me siento muy cómodo en
Chile y con los chilenos. Los entiendo, su cultura, sus chistes, todo.
-Y
hablando de comida, ¿qué te ha interesado en estos meses en Chile?
-He
probado muchas cosas. El mismo trabajo que tengo me hace moverme por todo el
país, así que es increíble la cantidad de cosas que he probado en tan poco
tiempo. Lo que más me ha gustado es darme cuenta de que ustedes tienen una
cocina profundamente asociada a ritos y no han terminado de darse cuenta que
ahí está una de sus mayores fortalezas.
-¿Cómo
es eso?
-El
ejemplo más obvio: si vas a Chiloé y te comes un curanto. Ahí no sólo hay
comida, hay una ocasión y una forma de compartir esa comida. Si te comes unos
choros al alicate en Puerto Montt, necesitas alicates y los pedacitos de
alambre además de los choritos. Entonces, no sólo te los estás comiendo, sino
que hay una gestualidad asociada a esta acción. O la tortilla de rescoldo, que
no sólo es un pan, sino que es algo que necesita gestualidad y ritos alrededor.
Y hasta una marraqueta con palta a la once tiene ritualidad. Estas recetas que
pueden parecer básicas se podrían llevar a una performance de alta cocina,
porque tienen mucho potencial.
-¿Qué
restaurantes destacarías de lo que has visto en Chile hasta ahora?
-Son
muchos, pero me parece que lo que está haciendo Rodolfo Guzmán en Boragó es
increíble. He ido unas cuatro veces y la verdad es que lo que pruebas ahí es
geografía comestible. Otro sitio interesante se llama 17º 56º, de Luis Garay,
que tiene un menú distribuido por latitudes, con recetas elaboradas con
productos provenientes de esos espacios geográficos que han delimitado en la
carta.
-¿Tienes
ganas de embarcarte en algún proyecto personal acá?
-Claro,
las manos me pican por cocinar, es la primera vez en mi vida que estoy sin
restaurante.
-¿Estás
pensando en algo concreto?
-No
tengo el dinero, así de sencillo. Todo mi dinero quedó invertido en Venezuela,
así que por ahora no se puede.
Recuadro:
Teloneando
a Bourdain
Frente
a un chef es inevitable hablar del suicidio de Anthony Bourdain, el afamado
cocinero y conductor de televisión neoyorquino. Dice Estévez: “Más que su
figura mediática, lo que me pegó fuerte es que yo hace veinte años tuve una
depresión muy fuerte y es la cosa más horrible que le puede pasar a un ser
humano. Me iba bien, nada me aquejaba, pero yo no quería vivir. Pero tuve la
enorme suerte de decírselo a una amiga y ella me mandó al siquiatra
inmediatamente. Y la siquiatría y las medicinas me sacaron de ese estado al que
nunca más volví a caer. Ojalá que esto de Bourdain sirva para que la gente que
tiene a alguien depresivo cerca sepa que se trata de una enfermedad que no
avisa”.
-Entiendo
que una vez fuiste una especie de telonero de Bourdain en una clase que dio en
Caracas.
-Una
productora lo llevó a dar una conferencia muy masiva y se contactaron en ese
tiempo con mi mánager porque necesitaban dos chefs venezolanos que
entretuvieran al público antes de que Bourdain saliera a escena, igual que en
los conciertos de rock. Entonces Edgard Leal y yo dimos una pequeña charla
previa antes que él.
-¿Pudiste
interactuar con él ese día?
-Sí,
claro. De hecho cenamos juntos.
-¿Y
qué tal?
-Era
un tipo muy tímido y muy serio, muy distinto al personaje que uno veía por
televisión. Bueno, supongo que debe haber estado harto de que todo el mundo le
preguntara cosas y se quisiera tomar fotos con él. Pero fue una cena agradable.
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