Editorial El Nacional 03 de julio de 2018
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En no
menos de 59 países ya están en marcha empresas, de distinto tamaño, impulsadas
por emprendedores venezolanos. En no menos de 500 corporaciones, distribuidas
en casi un centenar de países, están desempeñándose profesionales venezolanos
en cargos gerenciales o de alta dirección, en prácticamente todos los rubros
productivos. A todo ello se suman los cientos de miles de compatriotas que, en
América Latina, Estados Unidos, Australia y Europa, trabajan en los más
diversos oficios, o han dado inicio a innumerables emprendimientos.
No
pasa un día sin que, cualquiera de nosotros, no escuche de los sorprendentes
relatos de la presencia de venezolanos en el mundo. Una profesora de música en
Groenlandia, un coordinador de operaciones en una empresa de catering en
Angola, un ingeniero electrónico que ha sido contratado por una empresa de
alimentos en Suráfrica. Aunque hay países en los que se ha producido alguna
concentración –en América Latina destacan Colombia, Perú, Chile, Argentina y
Panamá–, lo cierto es que estamos en los cinco continentes.
Especialistas
de todo el mundo reconocen en el fenómeno de la diáspora venezolana
características excepcionales. Me referiré a tres de los factores que más se repiten
cuando se analiza lo que está ocurriendo. En primer lugar, el carácter de huida
que, en tan corto tiempo, se ha producido: alrededor de 3,5 millones de
personas en el transcurso de una década. Fuera de Venezuela impacta y causa
sorpresa la actitud de “salir en las condiciones que sea” del país. Nuestros
compatriotas huyen, abandonan el país con desesperación. El pensamiento de
fondo es que cualquier realidad fuera de las fronteras venezolanas es mejor que
padecer el estado de cosas creado por el régimen de Maduro y Cabello.
En
segundo lugar, resulta llamativo el nivel académico que tienen cientos de miles
de esas personas. Esto no se refiere, de forma exclusiva, a la calidad de la
educación con que partieron de Venezuela, sino a consideraciones más amplias y
significativas: la visión cosmopolita, la multiplicidad de intereses, el
dominio de otras lenguas y, muy importante, la disposición a seguir
aprendiendo.
El
tercer elemento puede sintetizarse en la palabra “actitud”. No predomina el
derrotismo en la diáspora venezolana. Al contrario, la gran mayoría sale en pos
de un trabajo, a darle forma a emprendimientos, a buscar oportunidades para
mostrar los talentos y la disposición a lo productivo. Los venezolanos que se
marchan no llegan a otros países a tocar las puertas de ONG, sino las puertas
de empresas donde puedan encontrar un trabajo remunerado.
Toda
esta enorme corriente productiva representa un capital y un potencial
económico, social y humano, que debe ser pensado y convertido en proyectos. Ahora
mismo, la actividad económica de los venezolanos en el exterior puede
representar entre dos tercios o tres cuartos del PIB de Venezuela. Eso equivale
a una cantidad formidable de recursos, no solo económicos, sino de múltiple
orden. En varios artículos anteriores me he referido al peso que hoy tienen las
remesas para el sostén de millones de familias en Venezuela.
El
potencial del que hablo no es retórico. Fuera el país, las capacidades de los
venezolanos se han incrementado. Han comenzado a producirse formas de
organización para recibir o ayudar a los que están llegando. Hay un activismo
fundamental en el ámbito de los derechos humanos, que ha logrado despertar la
conciencia de la opinión pública internacional y poner en funcionamiento los
mecanismos de autoridades y tribunales especializados. Hay iniciativas
académicas, políticas, gremiales y de activismo solidario, que están en
desarrollo y que podrían crecer y consolidarse en las próximas semanas y meses.
Mi
percepción es que la diáspora está activa y que tiene a Venezuela en el centro
de sus pensamientos. No existe una división entre los que se quedaron y los que
salimos. Hay una interconexión permanente, que debería fortalecerse, y que
podría resultar un factor determinante en el objetivo de poner fin a la
dictadura. La diáspora, por sí misma, se ha constituido en una fuerza política,
cuyo potencial está, todavía, por desarrollarse. Sus capacidades técnicas, sus
relaciones en otros países, el conocimiento que ha adquirido de las nuevas
aplicaciones tecnológicas en todos los rubros productivos, sus aprendizajes en
la instrumentación de programas sociales, son algunas, entre muchas más, de las
capacidades que ha alcanzado, y que serán fundamentales para el nuevo país
posdictadura.
Nadie
debe permanecer ajeno a esta realidad: ni quienes formamos parte de la diáspora
debemos olvidar que tenemos un compromiso con nuestro país, ni quienes
permanecen y resisten en Venezuela deben olvidar que hay compatriotas dispersos
en el planeta. Estamos listos para participar en la reconstrucción de
Venezuela.
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