domingo, 18 de agosto de 2019

Cómo hizo esta refugiada venezolana para alcanzar un sueño en España, por @dplacer




David Placer 17 de agosto de 2019
@dplacer

Cualquier refugiado venezolano recién llegado a España afronta dificultades para conseguir trabajo. Sin papeles, y en trámites de regularización, no sobran empleos. Pero Lisset Franco, una venezolana que vivió en un refugio de Madrid, cuenta cómo es posible tener tres trabajos diferentes al día para alcanzar un sueño: traer su familia de Venezuela.

Apenas entró en el refugio para solicitantes de asilo, Lisset Franco, una venezolana de 46 años, recibió las instrucciones y normas del centro. Y una de ellas la sorprendió. “Los refugiados no deben trabajar. Tienen que hacer cursos para buscar trabajo cuando salgan del refugio”.

Pero Lisset, una mujer hecha a sí misma, que mantenía su casa y a sus tres hijos en Maracay, Venezuela, no podía aceptar la prohibición de trabajar. Y menos cuando su hija pequeña, de 17 años, se había quedado en Venezuela. Sabía que necesitaba generar dinero desde el primer día. Tenía que ahorrar al menos 3.000 euros para comprar pasaje, trasladar a su hija a Colombia y pagar gastos como ropa y maletas que necesitaba la pequeña.

A pesar de que recibía techo y comida, fue franca con los asistentes sociales. “Yo no puedo hacer cursos. Necesito trabajar ya”. La determinación de Lisset, que colaboraba con el refugio en la organización de actividades culturales, hizo que los trabajadores hicieran la vista gorda.

Así, Lisset salía desde muy temprano del refugio a la caza de ofertas de empleo, de cualquier trabajo por horas, cualquier oficio a destajo. Un día vio un anuncio en un edificio donde buscaban una mujer para limpiar. Habló con el portero del edificio, llamó y le concedieron el puesto. Unas horas para limpiar un apartamento.

Lisset, que había regentado un centro de estética en Maracay y que también cantaba en locales y eventos, se esmeró en ese primer trabajo. Necesitaba el dinero y debía mostrarse como una trabajadora responsable y eficiente. A los pocos días, ya tenía cinco apartamentos. La recomendación en cadena hizo posible que fuese sumando trabajos.

Pero el pago de 10 euros por hora no era suficiente para la mujer que se había propuesto traer a su hija en tiempo récord. Además, debía enviar dinero para sus otros hijos universitarios que no disponían de ingresos suficientes para mantenerse en Venezuela. Por eso, Lisset, que fue profesora de canto en su tierra natal, y que cantaba en tascas, decidió probar suerte en el Metro de Madrid.

“Al principio tocaba canciones de Selena (Quintanilla, cantante mexicana). Pero nadie me daba nada. Ni un céntimo. Me di cuenta de que a la gente le gustaban las canciones que conocías. Y entonces decidí tocar canciones españolas”, explica Lisset antes de prepararse para ingresar en el metro de Madrid para pedir algo de dinero.

Los cantantes que viajan en los vagones del Metro de Madrid (generalmente inmigrantes) suelen tocar canciones de sus países: Perú, Bolivia, Argentina. Pero Lisset decidió que tenía que tocar canciones que generaran más sensibilidad en el público viajero del metro.

Entonces, comenzó a interpretar Cuando los sapos bailen flamenco, una balada del grupo Ella baila sola que se popularizó a finales de los años 90. La canción, que habla del desamor y de la pareja que no volverá, fue todo un descubrimiento entre estación y estación.

-Esa ha sido la canción con la que he ganado más dinero desde que llegué, confiesa.

La cantante comenzó a compaginar su trabajo de limpiadora por las mañanas con la de cantante del Metro de Madrid. Iba a limpiar y luego bajaba al metro. Cuando estaba cansada de forzar la voz, volvía a otro apartamento para limpiar. Y al final de la jornada, daba clases de canto.

-Cuando salía del refugio, no tomaba ni un refresco. Todo el dinero que ganaba era para ahorrarlo y enviarlo a Venezuela”, explica Lisset, que no se conformó con el ingreso que ya tenía garantizado con sus tres trabajos.

Buscó empleo a destajo como ayudante de cocina. Nunca había trabajado en algo similar, pero explicaba a los responsables de las cocinas que tenía muchas ganas y que necesitaba el dinero. Que ella quería aprender. Así, hizo un curso intensivo en el oficio de pelar papas a gran velocidad. También comenzó a trabajar en una panadería. La insistencia y las ganas de superación la impulsaron a enfrentarse a sus propios miedos y pedir dinero a los pasajeros entretenidos consus móviles, sus tabletas o escuchan su propia música en Spotify con los auriculares.

-Es verdad que no es fácil conseguir trabajo sin papeles. Pero yo conseguí tres. Hay que buscar, salir, preguntar, tener ganas de conseguirlo. Eso es fundamental. Tampoco puedes rendirte, darte por vencido. Hace falta constancia. Y optimismo. Eso siempre lo tuve, señala la cantante.

Después de seis meses en el refugio, logró un apartamento pagado por la Cruz Roja. Ahora vive con su hija y su sobrina. Las tres trabajan para pagar las cuentas. Y cada vez que necesita dinero, baja al metro, con su rutina de tres canciones: la primera, la del dúo Ella baila sola. Las otras dos del grupo español La quinta estación.

Son melodías inusuales para unos músicos de metro. Su compañero se presenta: “Somos de Ecuador y Venezuela”. La cantante venezolana comienza su rutina, con melodías suaves, canciones de melancolía. Se mueve con soltura en el pasillo del vagón, gira sobre los barrotes, mira a los pasajeros a ambos lados del tren. Y canta la canción El sol no regresa, una melodía también dedicada a los amores acabados, a las relaciones terminadas pero que también puede ser una canción para los venezolanos que, como Lisset, intentan sobrevivir en refugios, en trabajos precarios fuera de su país. Sin techo, sin dinero y sin contactos ni amigos lejos de su tierra.

“Hoy te quiero contar que todo va bien aunque ya no lo creas. Aunque a estas alturas, un último esfuerzo no valga la pena. Hoy los buenos recuerdos se caen por las escaleras. Y tras varios tequilas, las nubes se van pero el sol no regresa”.


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