Luis Ugalde S.J. 13 de marzo de 2020
Estamos en Cuaresma: 40 días de ayuno y penitencia que
iniciamos el Miércoles de Ceniza con “Conviértete al Evangelio” y se cierra el
Jueves Santo con la Última Cena de Jesús donde el Maestro lava los pies a sus
discípulos horas antes de ser traicionado y apresado para ser condenado a
muerte. Servir y dar la vida no es perderla sino encontrarla, dice Jesús, y nos
revela con hechos la clave de su vida y de la nuestra. Cuaresma, tiempo de
ayuno, penitencia y conversión para encontrar nuestro camino a la resurrección
y la vida. También el país necesita cambios para reencontrarla.
De qué ayuno hablamos
Hoy en Venezuela hay mucho ayuno: medio país ayuna
permanentemente por necesidad, millones de adultos pasan hambre y otros tantos
niños sufren desnutrición severa que los deja incapacitados y carentes para el
resto de su vida. Ciertamente no agrada a Dios ese ayuno que oprime a Venezuela
como temible agente de la indigencia y la muerte.
Hace dos mil setecientos y tantos años, el profeta
Isaías dirigió al pueblo de Israel unas palabras fuertes e inspiradoras sobre
el ayuno, que la Iglesia Católica ha heredado y nos invita en Cuaresma a
meditar y discernir ¿El ayuno como frustración o como encuentro con Dios? ¿Por
qué ayunar si no nos haces caso?, reclamaban a Yahvé (Is.58, 3) como también podemos
emplazar hoy nosotros. El profeta nos responde de parte de Yahvé: El ayuno de ustedes
no es escuchado porque “buscan su propio interés y maltratan a sus
trabajadores, “ayunan entre peleas y disputas dando puñetazos sin piedad”. No
agrada a Dios el ayuno vacío de hermano y repudia aquellas mortificaciones y
oraciones religiosas sin espíritu: “doblar la cabeza como un junco, acostarse
sobre saco y ceniza”, no agradan a Dios van vacíos de prójimo. Menos le agradan
el ayuno y el hambre de muerte y desnutrición que la dictadura ha impuesto en
Venezuela desde el poder y para mantenerse en él.
Abrir las prisiones injustas
En contraste, suena fuerte y movilizadora la
invitación de Isaías al verdadero ayuno espiritual que nos transforma como
personas y como sociedad: “abrir las prisiones injustas, hacer saltar los
cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, compartir su pan con el hambriento,
hospedar a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no dar la espalda a tu hermano,
es el ayuno que yo quiero”. “Cuando hagas esto yo te responderé: aquí estoy” (Isaías
58,1-9).
Todo un programa: ayunar es encontrarse con el hermano
necesitado y compartir la arepa con él, romper las cadenas que lo oprimen,
reconciliarnos sumando fuerzas para la reconstrucción nacional, sin presos, ni
desterrados, ni perseguidos, ni explotados. Cuando hagamos esto el Señor nos
dirá “Aquí estoy”. Venezuela será otra, la luz y la vida amanecerán en lo que
ahora a muchos les parece perpetua oscuridad y muerte nacional sin esperanza.
El ayuno que Dios quiere es conciencia, movilización y
creatividad para salir de esta cárcel donde estamos entrampados, es transformar
el poder opresor en servicio, en bien común, es “hacer de las espadas arados”
para producir, para domar el poder y transformarlo en instrumento de vida; es
convertir el lobo en hermano, es caminar con verdad y firme decisión hacia un
nuevo pacto social para lograr el bien común con oportunidades y vida para
todos. No lo dejemos para mañana ni esperemos que vengan otros salvadores, ni antepongamos
particulares intereses mezquinos. Venezuela agoniza y el tiempo urge. “Es el
ayuno que a mi agrada”, dice Dios.
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