Ismael Pérez Vigil 21 de junio de 2020
Está claro que este no es un nuevo CNE, es la
continuación de los anteriores, con algunos nombres nuevos o cambiados –el
mismo musiu con diferente cachimbo– pero lo ocurrido con su designación y
algunos hechos posteriores, no debió ser una sorpresa para nadie.
La designación y otras medidas
Desde el momento que el grupo Mujica, Fermin,
Zambrano, etc. introdujo la solicitud ante el TSJ de declarar la omisión
legislativa, ya sabíamos que esto era lo que iba a ocurrir; todo lo demás
fueron fuegos artificiales, incluida esa solicitud a la AN de que presentara
una lista de candidatos. El TSJ sabía perfectamente que la AN no podía tener
esa lista, pues nunca concluyó el proceso de selección, ni hizo siquiera el
llamado para que fueran presentados candidatos de acuerdo con las disposiciones
legales en la materia. De todas maneras, el TSJ ni siquiera esperó a que se
cumpliera el plazo de las 72 horas –que ellos mismos establecieron– para
designar y juramentar al “nuevo” CNE.
Las medidas contra AD, PJ —y pronto UNT—, mientras un rector
habla de habilitar a todos los partidos políticos, son la verdadera cara del
“nuevo” CNE. Estas medidas no son más que la continuación de lo que vienen
haciendo hace tiempo; ya en el pasado reciente, tras la derrota sufrida por el
régimen en las elecciones de 2015, han tomado medidas de cambiar directivas
contra 7 partidos y hay varios más que no les permitieron relegitimarse o
fueron inhabilitados. Pero las de ahora no son solo una advertencia para
nosotros –no tienen nada que demostrarnos que no sepamos– están preparando el
terreno para decirle a la comunidad internacional que convocarán elecciones en
las que “participarán” todos los partidos, incluyendo AD, PJ, VP, UNT, etc., de
donde saldrá una AN, ampliamente dominada por ellos, que les aprobará todos los
contratos y acuerdos que necesitan para que Rusos, Chinos, Iraníes y Turcos
sigan ayudándolos a saquear el país y algunos les presten dinero, que pagaremos
con minerales y sangre.
El rector declarante.
Las declaraciones del vicepresidente del CNE, Rafael
Simón Jimenez (RSJ), tampoco son una posición nueva; él tiene meses repitiendo
algo similar; pero ahora, forman parte del libreto y de la misma estrategia. El
grupo que él representa (Falcón/mesita), no va a propiciar la abstención, le
conviene que la gente vaya a votar para sacar su cuota de diputados. El régimen
posiblemente –o seguramente– los financie y aunque no los va a estorbar,
tampoco les va a regalar curules, ni votos; ellos tienen que atraer sus
votantes y por eso van a mantener una posición “opositora”. Ese va a ser su
juego, su estrategia para desplazar a la oposición mayoritaria, que coincide
con la del régimen, cuyo objetivo es acabar con la oposición democrática. Por
eso el grupo Falcón/mesita va a llamar al voto y especialmente RSJ, que es un
veterano político, dirá cosas que suenen a “oposición”. Lo que les interesa es
confundir más a la población, pues su objetivo es convertirse en la referencia
opositora del país, no por la lucha política en las calles, sino por efecto de
los medios de comunicación, las redes sociales y las ventajas que el régimen
les brinda. Por su parte el régimen ya logró una parte de su objetivo: la
oposición democrática está más disminuida, con menos recursos, le costará más
trabajo y esfuerzo movilizar a sus seguidores y el régimen tiene ahora una
“oposición” leal, dócil, que participa y no representa una amenaza real.
La abstención
Aunque aún no es una posición oficial, al tenor de lo
que han dicho algunos de los voceros de la oposición mayoritaria y se deduce de
las declaraciones de otros, todo parece encaminado hacia la abstención. Yo he
dicho que respetaré la decisión, una vez que se adopte de manera oficial, pero
mientras no sea así, yo argumentaré con fuerza en favor de analizar a fondo esa
decisión. Desde luego que ahora no hay las mismas condiciones que en 2005, pero
si se cometerá el mismo error.
¿Por qué se abstienen los ciudadanos de votar o
participar en procesos políticos y electorales? No es un tema simple, por más
que lo hayamos discutido muchas veces y hoy lo tengamos nuevamente sobre la
mesa. La abstención es uno de los fenómenos políticos que menos se ha estudiado
a nivel mundial y particularmente en Venezuela, donde, además, hasta el año
2000 no fue un evento significativo. La Constitución de 1999 eliminó el
carácter obligatorio del voto y desde esa fecha se ha incrementado la
abstención. Desde 1999 las elecciones más concurridas, que suelen ser las
presidenciales, la abstención más baja fue del 25,3%, en las elecciones
presidenciales del 2006. La abstención más alta fue en las elecciones
parlamentarias de 2005, que superó el 75%, incluso más que en la irrita
elección presidencial de 2018, que fue del 57%.
Hay una máxima de los pensadores de principios del
siglo pasado —como Bertrand Russell, por ejemplo— quienes decían que la
política la practican las minorías porque la mayoría es indiferente a la
política. Por eso, por mucho que queramos disfrazarla, la primera razón para la
abstención en cualquier proceso electoral es la simple indiferencia.
Y la abstención, cuando no se diferencia de la indiferencia,
no solo es el morbo de la política, la negación del derecho al voto, sino
también el enemigo número uno de la participación ciudadana.
¿Para qué votar?
No voy a repetir la discusión sobre el tema,
consciente de que a pesar de que existen sobradas razones teóricas y
filosóficas para moverse a votar, al evaluar las consideraciones actuales,
también hay muchas razones que aconsejan que no se debe hacer y estoy también
seguro que aun llamando a votar y superando la barrera “radical”, la oposición
democrática no va a sacar la mayoría de la AN, como en 2015. No está fácil la
situación en este momento, con la abstención alta que hoy se prevé, con los
votos que le quitará la “oposición mesita” y con más de 2,5 millones de votos
en el exterior, que aunque no votan en elecciones parlamentarias, tampoco están
aquí para hacerlo personalmente. Por lo tanto, hay que prever políticas
alternativas para hacer control de daños, sabiendo que convertir la abstención
en una política que sea movilizadora y se distinga de la simple indiferencia
requiere de un gran esfuerzo, sostenido, y de mucha capacidad organizativa, y
ese esfuerzo es lo que no veo de manera concreta en ninguna de las posiciones
abstencionistas.
¿Para qué votar? ¿Para qué nos ha servido la AN?,
¿Para que ir a un proceso electoral, entonces?, son preguntas válidas, pues la
AN electa en 2015 no pudo lograr el anhelado fin de acabar con la usurpación,
ni pudo pasar una sola ley, ni aprobar un solo presupuesto, ni un solo contrato
internacional; ni siquiera sirvió para proteger con inmunidad parlamentaria a
sus diputados, pues el régimen violó esa inmunidad cuando le dio la gana,
apresando diputados u obligándolos a irse al exilio. Ni siquiera sirvió como justificación
económica para sus integrantes, para contar con un grupo de funcionarios con un
salario, dedicados a la política, pues los diputados no cobran sus sueldos y
viáticos hace años. No obstante, la verdad es que hay que reconocer que lo que
hizo, poco quizás, según algunos, fue en realidad mucho para las precarias
condiciones en las que trabajaron. Por lo que se impone evaluar, aunque solo
sea un ejercicio retórico, la importancia de la AN con base en lo que demostró
en los cinco años transcurridos desde 2015.
Importancia de la AN
Aún en las precarias condiciones en que se desenvolvió
la AN, los diputados investigaron, denunciaron, acompañaron a muchos en sus
protestas, defendieron presos políticos y un largo etcétera, que sería mezquino
no reconocerles. Pero es evidente que la labor parlamentaria fundamental de
legislar, de ser foro de discusión, de diálogo político, de control legislativo
sobre el gobierno, no lo pudieron ejercer. Y aunque la oposición volviera a
ganar la AN como en 2015, algo improbable, pasaría lo mismo, se repetiría la
historia.
Pero hay que reflexionar en algunos hechos, porque –al
margen de los valores democráticos y de preservar el derecho al voto, esa
conquista, ese logro cívico tan importante– la AN, aun en su precaria condición
sirvió –y no es poca cosa– para mantener un Gobierno Provisional, un
Presidente Encargado, el reconocimiento y la legitimidad de ese gobierno y ese
presidente, a nivel internacional, creando una dualidad de poder en el país,
que algunos critican –tenemos dos presidentes, dos Asambleas, dos fiscales
generales, dos TSJ– pero que ha sido fundamental para mantener viva a la
oposición y a la resistencia democrática.
La oposición democrática, que es mayoritaria, tiene
que mantener el respaldo de la comunidad internacional, con argumentos algo más
sólidos que la ficción de que debido a la forma ilegal en que se designó el
CNE, la elección parlamentaria está viciada de ilegalidad, es nula y por lo
tanto la AN de 2015 continua, sigue vigente, mientras no se realice una
elección “legitima”. Eso es algo difícil de aceptar. Esa posibilidad de un
gobierno provisional, a partir de una AN, ya no será posible, por lo tanto,
tendremos que definir como se mantendrá ese apoyo internacional, a través de
los partidos democráticos y las instituciones y organizaciones de la sociedad
civil.
Y hay un último aspecto a considerar. La AN jugó un
papel fundamental de contención del régimen y de freno a sus desmanes y
apetencias y las de sus socios/cómplices internacionales. Aunque la AN no
legisló, “no hizo nada”, según algunos –que ya vimos que no es cierto– tampoco
dejó hacer, pues impidió las deudas que el régimen intentó contraer y todos los
contratos que quiso firmar para desangrar al país, en complicidad con Rusia,
China, Irán y Turquía. Como se ve, es mucho lo que está en juego, como para
dejarlo a la deriva, al albur de una comunidad internacional que nos quiera, o
pueda, seguir apoyando. Habrá que trazar ahora una estrategia, nada fácil, para
impedir que esto ocurra.
Conclusión final
A pesar de las últimas acciones del régimen en contra
de los partidos políticos democráticos, no ha logrado su objetivo de dividir a
la oposición mayoritaria; probablemente la ha unido más. Donde sí ha sido
exitoso es en desmoralizarla –y a la población–, en cuanto a participar en el
proceso electoral. El régimen sabe, que en materia electoral, no hay nada que
irrite y ofenda más a la oposición democrática y al país que la imposición de
un CNE por su obsecuente TSJ. Se garantiza así la abstención de la oposición
democrática y consolida más su futuro triunfo. Ya no serían necesarias trampas
como la de las últimas elecciones de gobernador en el Estado Bolívar: actas
mataron votos y un conteo manual anulo el triunfo opositor obtenido en las
máquinas de votación.
Pero, aun si finalmente se decide no participar, o en
el supuesto, hoy negado, que se participe y se pierda –con o sin fraude–, no se
acabará el mundo, no desparecerá la política, ni la idea de libertad y
democracia; ya hemos estado allí y en peores condiciones, sin el apoyo y
reconocimiento internacional que hoy tenemos y con unos partidos algo más
amalgamados entre sí, a pesar de los golpes recibidos, o quizás gracias a
ellos. Simplemente pasaremos a otra fase de la lucha y la resistencia.
Ismael
Pérez Vigil
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