Ismael Pérez Vigil 20 de marzo de 2022
A
pesar de la crisis en la que sumió a la humanidad la invasión de Putin a
Ucrania y la respuesta de Occidente a esa siniestra aventura, debemos retomar
nuestra ruta y volver a ocuparnos de los temas, quizás más modestos, pero
igualmente vitales para nosotros: cómo despojarnos de este régimen de oprobio.
Consecuente con la opción que predico y promuevo −la vía electoral−, lo que se aproxima en el horizonte es 2024 −la elección presidencial, se entiende− y he sostenido que el camino que nos lleva al 2024 es un camino pedregoso, lleno de incertidumbres y obstáculos y que presenta al menos tres dificultades graves −a dos de los cuales ya me he referido en artículos anteriores−: La selección de un candidato único, por un mecanismo aceptado por todos; la unidad de los partidos, previa revisión, legitimación o reorganización de los mismos y sus líderes; pero a la tercera dificultad, es a la que quiero referirme hoy: la definición de una oferta electoral, propuesta o programa, que entusiasme al país; sobre este asunto ya escribí hace años (en “La oposición no tiene una propuesta”, 1 de agosto de 2015, Https://ismaelperezvigil.wordpress.com/) y que −en ausencia de mejor nombre− denominare la falta de una “narrativa” opositora, término que además ahora es el que más se utiliza para referirse al “mensaje”, la “propuesta”, el “discurso” político que cualquiera −sea gobierno u oposición− le presenta al país.
Lo
primero a aclarar es un malentendido común, eso de que la oposición no ha concretado
su triunfo, entre otras cosas, por carecer de una propuesta alternativa al
país; nada más falso que esa afirmación, pues la oposición a lo largo de estos
22 años de lucha contra la ruina actual, no solo una, sino varias son las
propuestas alternativas que ha planteado. Esas propuestas las han divulgado y
defendido los candidatos ‒a la presidencia, a gobernaciones, a alcaldías o a
diputados‒ y también lo han hecho las organizaciones políticas que componen la
hoy vilipendiada MUD, además de grupos de economistas identificados con la
oposición, organizaciones empresariales ‒Fedecámaras, Conindustria, cámaras
regionales− aun cuando no entren en la disputa por el poder y hasta la Iglesia
Católica, que no es propiamente una organización de oposición, aunque en
ocasiones ha sido la más contundente opositora a este régimen de oprobio.
Las
propuestas alternativas se han presentado en lo político, lo jurídico, lo
social, la seguridad personal y pública; en materia agrícola y ganadera,
turismo, educación, desarrollo tecnológico, el desarrollo de determinadas
regiones, para industrializar y reindustrializar el país, con relación a las
empresas del estado −las de Guayana y las estatizadas‒, en materia cambiaria,
con relación a la industria petrolera; en fin, se ha cubierto todo el espectro
de la vida pública nacional con propuestas alternativas al fracasado socialismo
del Siglo XXI.
Esas
propuestas han ido desde lo más general −alternativas al sistema socialista,
contraponiéndole un sistema de mercado o capitalismo social y humano−; hasta lo
más concreto e inmediato, como ya mencioné: alternativas cambiarias, medidas
antiinflacionarias o contra la escasez, pasando por la defensa a la propiedad
privada, el estado de derecho, la regionalización, la democracia, etc. Más bien
el problema por momentos parece ser que son demasiadas propuestas, no es por
falta de ellas.
Por
tanto, la afirmación de que la oposición no tiene una propuesta, parece más
bien el desarrollo de una estrategia mediática del régimen o de los opositores
de la oposición; o, para darles algún crédito, la de algunos voceros
opositores, un tanto ingenuos; prueba de que la estrategia del régimen está
teniendo éxito, al menos parcialmente.
¿Qué
tanto cala esa afirmación −la oposición no tiene una propuesta− en el pueblo?,
hace años, en el mencionado artículo, dije que era algo que estaba por verse.
Hoy, no creo que sea así y debemos lamentar, a juzgar por los resultados, que
nuestras propuestas no han calado y lo que si lo ha hecho, es sin duda, el
“discurso” del régimen. El “discurso”, en este caso, es eso que hoy llamamos la
“narrativa” y que algunos −como el publicista Aquiles Este, hace ya varios
años− lo comparan con un “virus”, que ha sobrevivido varios siglos, que aquí
recibió fue bautizado por Hugo Chávez con el pomposo nombre de “Socialismo del
Siglo XXI” y que hoy resurge, nuevamente remozado, con su verdadera esencia,
como “populismo”, de izquierda y de derecha. Pero hoy, debido a la desgracia
del coronavirus, estamos en mejores condiciones de entender y explicar cómo
mutan y se adaptan los virus para seguir haciendo estragos, como el perverso y
destructivo socialismo del Siglo XXI.
Ese
virus del populismo, que ha mutado a lo largo de la historia y se ha convertido
en fascismo, socialismo, comunismo, estalinismo, peronismo, velasquismo,
castrismo, chavismo y un largo etcétera, sobrevive manteniendo su estructura
básica, que aparece y reaparece con líderes mesiánicos, salvadores de turno,
pero con un mismo o parecido discurso, que podemos resumir así:
Nosotros
somos un país rico, vivíamos felices, teníamos perlas, cueros, ganado, cacao,
café, ahora tenemos petróleo, minerales; y vino el imperio ‒el español primero
y luego el norteamericano‒ y sus secuaces y nos quitaron nuestra riqueza y nos
hicieron pobres; pero yo ‒dice el líder populista‒ voy a salvarte, a devolverte
lo que es tuyo, arrebatándoselo a ellos y dándotelo de vuelta a ti, sin que
tengas que hacer nada, pues solo por ser venezolano mereces “la mayor suma de
felicidad posible”.
Como
vemos es un discurso simple, cerrado, redondo y perfecto. Y ese es el problema
a vencer. No se trata simplemente de una propuesta −que como vimos tenemos de
sobre−, se trata de vencer ese discurso, que muta, se transforma en boca de los
lideres populistas de turno, que tiene profundas raíces, históricas, y que es
fácil de tragar y tan difícil de derrotar: ¿Quién no está de acuerdo con
un discurso así?, ¿Con una propuesta como esa, según la cual todo lo merezco y
nada tengo que hacer, sino esperar a que me restituyan lo que en derecho ya es
mío y me fue arrebatado inescrupulosamente?
En
efecto, nadie en la humanidad se ha sumado o emprendido grandes luchas y
transformaciones por leer unas cuantas cuartillas de propuestas, números y
ejemplos. Por ejemplo, ningún obrero en la Europa de finales del siglo XIX
abrazó la idea del socialismo por leer los tres tomos de El Capital de Carlos
Marx o los tres tomos de “Elementos fundamentales para la crítica de la
economía política de 1857-1858”; ningún “proletario” se sumó a la causa
bolchevique por leer de Lenin el “¿Qué hacer? o “El imperialismo, fase superior
del capitalismo”. En un contexto distinto, Nelson Mandela nunca explicó en
detalle su eslogan de “Una mejor vida para todos”, pero el pueblo sudafricano
se sumó masivamente a su campaña para llevarlo a la presidencia de Sudáfrica,
guiados por su ejemplo de vida y su sacrificio personal de 27 años de cárcel;
el breve discurso “Yo tengo un sueño” de Martín Luther King y su
involucramiento personal en la lucha por eliminar la discriminación y
segregación racial en los Estados Unidos, tuvieron más impacto en arrastrar
seguidores a su causa, que sus más de 20 libros; todos los que se sumaron a las
causas que emprendieron los mencionados, lo hicieron porque se sintieron
impulsados por la fogosidad de sus discursos en defensa de los desposeídos, los
desclasados o los segregados y discriminados y por la intuición de que allí
podrían encontrar una solución a sus penurias y la justicia que de otra forma
se les negó.
De
manera que es allí donde está el problema de la oposición. No es en la falta de
propuestas. Es en no contar con lideres y partidos cuya moral y ejemplo
expresen y representen las aspiraciones populares con un “discurso”
alternativo, igualmente fogoso. Tenemos un discurso coherente, descriptivo y
técnico, pero no emotivo ni entusiasta, que le llegue al pueblo de manera
eficiente y eficaz, que articule todas esas propuestas que ya ruedan hace
tiempo y las convierta en un discurso simple, tan atractivo y emotivo como el
discurso populista del régimen; pero, sin parecerse a él, sin imitarlo, sin
pretender sustituirlo por otro discurso igualmente populista.
Yo no
tengo una propuesta de mensaje alternativo, y creo que nadie tiene una
“fórmula” para entusiasmar al pueblo con unas determinadas líneas. Además del
trabajo que se pueda −y deba− hacer de investigación lingüista −del tipo que
hacen las empresas publicitarias o de imagen para determinar los contenidos
semánticos que mejor expresen una determinada idea o producto−, se trata sobre
todo de realizar una tarea sistemática de investigación, a partir de la labor
de los dirigentes y militantes de los partidos políticos y de las
organizaciones de la sociedad civil dedicadas a la tarea política, en su
trabajo cotidiano con la gente, para determinar sus necesidades, la forma de
enfrentarlas y sobre todo la manera de explicarse el mundo, el lenguaje que
utilizan para ello.
Esa es
la tarea difícil, que hay que comenzar a emprender de inmediato, una vez que se
cumpla la necesaria revisión interna de los partidos y el liderazgo, de la que
tanto se habla.
Ismael
Pérez Vigil
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