Miguel De La Guardia 07 de enero de 2018
La
Navidad no es solo una tradición europea y se nos olvida que al otro lado del
Atlántico hay quien vive estas fiestas con un acento profundamente español,
aunque resulte extraño concebir la Navidad en el trópico o en el hemisferio
sur. Los latinoamericanos se sienten unidos al país que tanto les dio y tanto
les quitó y mal sabemos apreciar ese caudal de aprecio que no ha sucumbido al
desinterés de muchos de nuestros políticos, al desdén de nuestras políticas y,
ni tan siquiera a toda la leyenda negra de la conquista y los desmanes que
acompañaron a ésta y a las guerras de independencia.
En
Venezuela, la Navidad se celebra inventando copos de nieve en centros
comerciales, llenando escaparates de renos y montañas nevadas, construyendo
belenes y festejando al niño Jesús, que es quien trae los regalos el 24 de
diciembre. En el pasado, la aristocracia mantuana se hacía traer de la
península aceitunas, pasas, almendras, que servían en sus mesas. Luego, los
esclavos aprovechaban las sobras y mezclaban los productos de allí, las
alcaparras, aceitunas, carne de cerdo, de pollo y de vaca, con los nativos del
maíz y el onoto, lo envolvían en hojas de banano y lo cocían. Así surgieron las
hallacas.
Conozco
Venezuela desde 1992, cuando en España apenas se encontraban cuatro páginas en
una guía general de Latinoamérica. Aprendí a amar los Andes en Mérida, el pico
Bolívar, el Páramo, los Cayos, Playa colorada, Canaima y el salto Ángel, isla
Margarita, Caracas con su mundo cultural alrededor del Centro de Arte Sofía
Ímber, el teatro Teresa Carreño, el Ateneo, la cota mil y las verdes laderas
del Ávila. Amo la música de Serenata Guayanesa y los ritmos de Un solo pueblo.
Me encanta el café venezolano, que ya no se encuentra, y las arepas, las
cachapas, las empanadas de cazón, la punta trasera, las humitas o el pabellón
criollo y el sancocho.
Varios
venezolanos se han formado en mi laboratorio y mantengo orgulloso la
pertenencia, desde sus inicios, al comité científico de la revista Ciencia de
La Universidad del Zulia, que sigo apoyando.
El
único defecto de ese país siempre fue su clase política. Copei y AD se turnaban
en el gobierno, los venezolanos votaban a uno u otro y, juntos, sufrían sus
gobiernos corruptos. He vivido la esperanza y el desengaño de este pueblo, el
golpe fallido de Chávez y su victoria electoral, la ilusión que generó y la
terrible crisis actual de Venezuela. No perdono a esos políticos que han puesto
unos venezolanos contra otros y me duele compartir con muchos de ellos su
exilio. Volveré a visitar a mis amigos, a saborear la música y la comida de su
país, a compartir los recuerdos, pero se me puso un día el corazón en un puño
cuando con ojos vidriosos de tristeza mis amigos Betzy y Félix cantaban Patria,
de Rubén Blades, que habla de Panamá, pero que ellos sentían en su propio país.
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